*La Cafetería vegetariana, que en realidad no es cafetería sino fonda porque su esencia no es el café sino una comida en cuatro tiempos, te sanará en plena colonia Narvarte Poniente
Aníbal Santiago
Ciudad de México (CDMX).- El microbusero de la Línea 2 mete primera como si su carcacha compitiera en el Gran Premio de México y con violencia esparce en Eje 5 Eugenia las descargas de su mofle y el lamento ruidoso de su vieja caja de cambios que casi hace sangrar los oídos. El vehículo venido desde Apatlaco se une al coro estridente de trailers, claxons de taxis, cilindradas sin mantenimiento de motos repartidoras.
Esto es inaguantable, pobres chilangos. Por eso, antes de quedarnos sordos caminemos hasta el número 1510 de esa avenida y deslicemos una puerta de vidrio con la leyenda “menú vegetariano” y un sol dorado de llamas plateadas. Cuando demos un paso hacia adentro y cerremos la puerta, estaremos diciendo adiós a la perdición ruidosa del sur de la capital del país. Tus oídos lastimados recibirán el mimo del piano sentimental de Richard Clayderman que acaricia las teclas para que con Ballade pour Adeline tu alma vuelva en sí. ¿De dónde sale esa música? De una tele Sony empotrada a una pared texturizada de los años 80. La pantalla consiente a los comensales con parsimoniosos videos de ríos suizos y cristalinos entre senderos de árboles, cascadas brasileñas con espuma bañando gigantes rocas del Amazonas, colinas escocesas de pinos cubiertas por frías neblinas mansas. El new age te descansa los ojos, la música instrumental te sienta a la mesa y calma tu respiración agitada. La Cafetería vegetariana el Sol, que en realidad no es cafetería sino fonda porque su esencia no es el café sino una comida en cuatro tiempos, te sanará en plena colonia Narvarte Poniente -imperio de cemento- con los productos que nacen de la tierra.
No esperes ver en las mesas a hípsters veganos de bufanda, gorrita de tela y bigotes a lo Dalí. Sus clientes son solitaria gente normal: este jueves, un señor con lentes oscuros y pinta de mecánico, una abuelita delgada con pelo teñido de negro, una señora con mirada de oficinista. En silencio, mientras suben y bajan sus tenedores, posan la vista en la pantalla de paisajes idílicos con armonía nostálgica. Qué cursi, podrían decir algunos. Pues no. Me animo a pedir un testimonio a María Álvarez, joven clienta, diseñadora industrial. Para contestarme pone pausa a su ensalada de lechuga, betabel, morrones rojo y amarillo, bajo aderezo de clavel, laurel y soya.
-¿Te gusta comer frente a esas imágenes?
-Yo vengo dos o tres veces por semana. Y sí me gusta, me relaja un buen. Vengo y escribo ideas.
– ¿Y por qué eres vegetariana?
Como le deben haber preguntado mil veces lo mismo, la tiene clara.
-En mi último año de la carrera vi el documental “Food, Inc” y me abrió los ojos. Soy vegetariana por tres cosas. Una, disminuir el impacto ambiental de la industria de la carne que contamina muchísimo. Dos, mi salud: si tu cuerpo no procesa carne, digiere más rápido y bajas el riesgo de cáncer y diabetes. Y tres, para evitar el maltrato animal-.
-Y tu piel es muy suave y lisita-, le digo.
-Pues gracias-, se ríe muy extrañada.
-¿Hay alguna razón?
-Sí, es el betabel-, responde carcajeándose.
De pronto, sentimos una presencia: con su espumosa barba blanca avanza por la fonda mirando al piso el gurú Armando Navarro, maestro yogui de atuendo níveo a cuyo estudio Gran Fraternidad Universal (GFU) pertenece la fonda. En el primer piso arregla almas con meditación y yoga, y en planta baja con los menús que crea su aliada, la colombiana Luz Nancy Ortega. La chef nacida en Cali hace 35 años creó este local al que acuden quienes necesitan cambiar este mundo por otro sin estrés. Y les sale barato: 85 pesitos, lo que cuesta el menú. Luz es un ídem para la nutrición natural: cada día da felicidad con sus platillos sin sal ni aceite. Pipián con setas; verdolagas con papa y salchicha de soya; calabazas a la mexicana; champiñones con nopales en salsa; chayote en salsa de cacahuate; tortitas de espinaca en caldillo. Y en septiembre, el increíble chile en nogada de frutas.
Incluso yo, carnívoro primitivo, siento un golpe de conciencia a través del paladar (¿Y si un día me vuelvo vegetariano?). A mi mesa llega una ligerísima sopa de zanahoria con perejil, y luego el plato fuerte. Acuerdo con María pedir un guisado distinto cada uno para compartir y probar más: huazontle en salsa de pasilla y verduras Garam Masala para sentirnos en Bombay. Aunque el pacto era comer mitad de platillo cada quien, María es vegetariana pero cruel y me deja poquísimas verduras (no le digo nada porque aún no hay confianza).
Todo es muy rico, de intensidad condimentada, y aunque mi necesidad corporal de carne de res llenadora me obliga a comer más y más, apaciguo el hambre con un espeso pan integral que una mesera de mandil de florecitas blancas y azules me entrega.
Si cuando vas te toca de postre tapioca con leche de almendra vas a querer que te lo sirvan tres veces. Pero calma, no puedes quedarte a vivir ahí comiendo tapioca. No es hotel.
A nuestro alrededor lo domina una austeridad zen. En los muros cuelga un óleo de un bodegón clásico con una jarra, uvas, manzanas y duraznos. Muy cerca, una pintura de la Última Cena, para antojarnos con las delicias terrestres que comieron Simón el Zelote, Jesús, Santiago el Mayor y demás apóstoles. Y si alzas la vista detectarás un detalle insólito: al fondo del restaurant cuelga una piñata de colores. ¿Por? Vaya a saber. Quizá era para algún niño cumpleañero de sana alimentación pero que jamás llegó, y ahí se quedó la piñata, intacta para siempre. Todo lo iluminan unas lámparas de cristal anticuado en beige muy propias para la sala de tu abuelita. Está bien, eso afianza la identidad casera de la fonda.
Cuando vayas a la caja conocerás a la alegre Luz Nancy, que te puede compartir su sabiduría vegetariana mas no vegana (“es que me fascina el queso”, justifica). Y todavía no te vayas, esto no es todo: ella y sus chicas preparan unos tremendos tamales para llevar. Ahí les van tres. Hallaca: verduras, salsa de jitomate, aceitunas, pasas, almendras y cuaresmeño. Yucateco: verduras sancochadas, pepita de calabaza y salsa de habanero. Y uno simple y exquisito: champiñones con verdolaga en salsa verde.
Y ahora sí, Luz nos dice “vuelvan pronto”. Con María deslizamos la puerta de vidrio e ingresamos al infernal ruidero motorizado de Eje 5 Eugenia. Pero estamos en paz: sabemos que a esta fonda volveremos a entrar.
+ Fonda vegetariana el Sol. Eje 5 Eugenia 1510, Narvarte Poniente, Ciudad de México.